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Nilda Fernández, un autóctono con algo de porteño

Nilda Fernández en Buenos Aires, 15/9/2011.-

Abrió el show con su voz despojada y como único elemento, sin pedir permiso a iluminadores ni teloneros, para imponerse sobre el murmullo general como lo hizo Jeff Buckley en el bar Sin-é con un cover de Nina Simone, tan lejos en apariencia, tan cerca en la emoción irradiada. Nunca se apagaron del todo las luces del auditorio: quería ver e interactuar con su público, quedaron a media luz como en toda “cita amorosa” como definió el propio Nilda Fernández a cada recital, como los que brindó en Buenos Aires los días 15 y 18 de septiembre de 2011, en la cómoda y alternativa Sala Siranush, que tan bien le quedó a un artista también alejado de las grandes luces y las imposiciones de las discográficas.

Nacido en Barcelona y criado en Francia, Nilda Fernández crea un clima muy especial con su delicada voz y grandes composiciones -pese a no mostrarse soberbio durante el show, comentó de al menos tres artistas que le pidieron composiciones para interpretar-, que quedaron reflejadas en los 14 albums que lleva editados.

Nació con el nombre de Daniel, pero nadie lo llama así, hoy es Nilda Fernández, arriba y abajo del escenario, según contó a Página/12 porque hizo un anagrama de su nombre sin saber que había formado un nombre femenino. Se lo percibe atrapado por la historia y el presente de Buenos Aires y de sus artistas: preguntó por Charlie García, invitó a tocar a Pedro Aznar y a Silvina Garré, comenzó a escribir un libro de cuentes sobre la ciudad en su anterior visita y lo quiere terminar ahora, y cuando cayó en sus manos un libro de Borges, terminó cantando la Milonga de Manuel Flores. Semanas después del conflicto que terminó con uno de los lugares que Jorge Luis Borges más frecuentaba, la Confitería Richmond, cerrada, Nilda Fernández dice que quiere recorrer los bares porteños.

Cada canción tiene una historia, y las de Nilda Fernández cuentan con el plus de un hombre que recorre el mundo en busca de vivencias nuevas, de un constante aprendizaje. No sólo las interpretó: mostró una gran ductilidad para contar cada detalle con una magia que atrapaba.

Nilda cantó en español, francés, ruso y en idiomas inventados por él mismo, confesión que hizo -como algunas otras- como si estuviera en el living de su casa, entre amigos. Pero no éramos sus amigos, no lo olvidemos: fuimos su cita amorosa. “¿Nos gustaremos, qué dicen?”, preguntó Nilda a un auditorio que estaba enamorado por su presencia y su arte.